Uno de los procesos fundamentales por los que debe pasar todo inversor es la toma de decisiones. Sea cual sea la opción elegida, al realizar esta selección estamos descartando el resto. Este rechazo da pie al denominado coste alternativo o de oportunidad, que es lo que se deja de ganar al llevar nuestro dinero por un camino en vez de por otro, es decir, el valor de la mejor opción no seleccionada. El origen de este término hay que buscarlo en la obra del economista y sociólogo austriaco Friedrich von Wieser, que en 1914 publicó ‘Teoría de la economía social’ (Theorie der gesellschaftlichen Wirtschaft). Este concepto económico tiene múltiples aplicaciones, incluso en nuestro día a día, puesto que no solo se trata de lo que dejas de ingresar, sino también de lo que pierdes, algo que también es posible medir en tiempo. Seguro que muchas mañanas piensas en desayunar fuera o hacerlo en casa. Ambas opciones tienen un coste, pero tomarte un café en casa siempre será más barato que hacerlo en el bar. Pasa lo mismo con los planes de fin de semana: puedes ir a un restaurante o ir al cine. Si al final vas al cine, te estarías perdiendo una cena fantástica, y además la película puede ser una decepción. Igualmente, si lo haces al revés, puedes estar perdiéndote el estreno del siglo y tener una velada gastronómica que no esté a la altura. En el mundo de la empresa, también hay que tomar decisiones: ¿Invertir los beneficios o repartir dividendos? ¿Mejorar los equipos de los trabajadores o abrir una sucursal?
Dentro de mundo de la inversión, el coste de oportunidad se fundamenta en los beneficios que se dejan de recibir al no haber escogido la mejor opción. El amplio catálogo de productos a nuestro alcance exige que, previamente, no solo realicemos un análisis de nuestra situación financiera, sino que nos informemos sobre cada una de estas alternativas para hallar aquella que mejor encaje con nuestros objetivos y nuestro horizonte de la inversión. En este sentido, la formación cumple un papel esencial a la hora de minimizar el coste de oportunidad. Igualmente, nuestro perfil de inversor y nuestra aversión al riesgo determinan nuestras decisiones, pero al calcular el coste de oportunidad no se tienen en cuenta; solo se consideran las ganancias de cada una de las alternativas y se comparan para que seamos conscientes de aquello que podríamos haber conseguido si hubiéramos elegido de otra forma. Por eso, a mayor rentabilidad, mayor es el coste alternativo.
Un ejemplo práctico del coste de oportunidad
Imaginemos que tenemos 100.000 euros ahorrados y se nos plantean dos oportunidades: comprar una casa y ponerla en alquiler por 600 euros mensuales o comprar acciones de una empresa por un valor de 5 euros cada una. Finalmente, nos inclinamos por comprar una casa que, para simplificar, pagaríamos al contado y nos costaría, con impuestos incluidos, los 100.000 euros de los que disponemos. Al cabo de un año de estar alquilada lograríamos una rentabilidad bruta (sin contar gastos de mantenimiento, comunidad, impuestos, etc.) de 7.200 euros. Ahora pongamos que las acciones que decidimos no comprar, tras los doce meses, han alcanzado un precio de 8 euros. Al multiplicar las 20.000 acciones por lo que resulta de restar su precio actual del precio al que compramos, nos da 60.000 euros. Si a esta cantidad le restamos los 7.200 euros del piso alquilado, el coste de oportunidad será de 52.800 euros, es decir, lo que hemos dejado de ganar al comprar una vivienda en vez de invertir en acciones.
No obstante, tal y como hemos señalado, a veces somos plenamente conocedores de que no nos hemos decantado por la inversión más lucrativa, pero esto se debe a que dicha salida conlleva un riesgo que no estamos dispuestos a correr, dado que existe la posibilidad de que ese rendimiento no se alcance por tratarse de activos volátiles. Por ejemplo, al comprar acciones en la bolsa, podemos comprobar que algunas empresas tienen unas expectativas de rentabilidad enormes, pero estos intereses están unidos de forma irremediable a mayores fluctuaciones. Si no somos en absoluto partidarios de colocar nuestro patrimonio en la renta variable por los vaivenes del mercado, el coste de oportunidad nos será completamente ajeno.
El crowdfunding inmobiliario es una alternativa al ahorro improductivo
Por otro lado, el coste alternativo no solo se aplica contraponiendo dos productos de inversión, sino enfrentando la opción de invertir en algo frente a la opción de no hacerlo absolutamente en nada. En este sentido, el coste de oportunidad es altísimo, ya que para empezar vamos a tener como enemigo a la inflación, que actualmente está en plena escalada. Según los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), la tasa de variación anual del IPC del mes de noviembre se situó en el 5,5%, su nivel más alto desde septiembre de 1992, hace casi tres décadas. Es por ello que, no solo estaríamos renunciando a ganar dinero, sino que el que tenemos inmovilizado se depreciaría.
El capital improductivo genera un coste de oportunidad muy elevado, que es igual al interés que genera cualquier alternativa de inversión. Aunque seamos muy reacios a exponernos, al menos debemos pensar en batir la inflación. Productos de ahorro como las cuentas remuneradas, los depósitos o la deuda pública apenas ponen nuestro dinero a trabajar, ya que los intereses son muy exiguos y seguiríamos perdiendo poder adquisitivo. Dentro de la renta fija, el crowdfunding inmobiliario es una salida muy recomendable cuando se trata de optimizar un determinado ahorro, puesto que su coste de oportunidad es elevado frente a las alternativas anteriormente citadas. Frente a otros productos con mayor rentabilidad, la ventaja es que su operativa es mucho más sencilla, mientras que para invertir en fondos, bonos o futuros, además de experiencia y conocimientos financieros sólidos, es posible que necesitemos un intermediario. La inversión en crowdequity o en crowdlending, si bien no está exenta de riesgos, estos son minimizados gracias a una exhaustiva selección de proyectos, con el fin de que no se den impagos y el inversor cobre tanto sus intereses como su principal en función del calendario de pagos previsto.