Dicen que el dinero no da la felicidad, o al menos, es lo que se repiten como un mantra aquellos que sobreviven con lo justo o los que llegan a fin de mes con ciertas dificultades. No obstante, otras voces admiten que esta frase es la máxima expresión del autoengaño. Tener unos ingresos altos quizá no nos convierta en las personas más alegres del mundo, pero desde luego, disponer de una buena situación económica hace que nos sintamos más tranquilos. Esta ambición por sentirnos bien siempre nos lleva a buscar un trabajo mejor para tener un mayor salario. En este sentido, la inversión es uno de los métodos de los que disponemos que hacer crecer nuestros ahorros. No en vano, la independencia financiera es el fin último de muchos inversores. Y entre las muchas posibilidades que tenemos a nuestro alcance para conseguir ese bienestar esta también, por supuesto, el crowdfunding inmobiliario.
Lo cierto es que la idea de que cuanto más tienes más contento te sientes está fuertemente arraigada en la sociedad en la que vivimos. En ocasiones, esta felicidad se basa en la comparación con los que nos rodean: tener un casa más grande que el vecino o un coche mejor equipado son pequeños placeres que nos reconfortan. Otros tachan a los que presumen de esta vanidad frente a lo ajeno de frívolos, admitiendo que la felicidad está en las pequeñas cosas, como que tus seres queridos estén bien o que cada día salga el sol. Son varias las investigaciones que han tratado de buscar una relación entre el estado emocional y el económico con el fin de encontrar cuál es la cantidad de dinero que lograría que una persona solo viera el lado positivo de la vida. Algunos de estos estudios arrojan conclusiones más que sorprendentes.
¿Cuánto dinero hace falta para ser feliz?
Según el ranking mundial de la felicidad, basado en una encuesta elaborada por Naciones Unidas, España ocupa el puesto 27 de un listado de 156 países, un índice que fue liderado en 2021 por Finlandia. En cualquier caso, este indicador no solo se basa en cuestiones puramente económicas como el PIB, sino que también tiene en cuenta aspectos dispares como la esperanza de vida, la libertad o la corrupción. Uno de los estudios que sí relaciona directamente el dinero con la satisfacción es el realizado para la Universidad de Princeton en 2010 por Kahneman y Deaton, psicólogo y economista, respectivamente. Aunque la investigación solo tuvo en cuenta trabajadores estadounidenses, concluyó que el umbral se sitúa en los 75.000 dólares al año, unos 4.000-5.000 euros al mes. Pasado este límite, la sensación de júbilo se estanca.
Una década después, Killingsworth recogió los resultados de Kahneman y Deaton y trató de ir un paso más allá, desarrollando para la Wharton School de la Universidad de Pensilvania una app llamada Track Your Happiness. En varias charlas TED, este psicólogo eleva el tope hasta los 80.000 dólares. Al crecer la suma, se demostró que la vida puede ser aún más estimulante, aunque muchos creen que debido al tiempo transcurrido entre uno y otro estudio, el coste de la vida se ha incrementado, y por tanto, las necesidades emocionales también. Al mismo, se llegó a la conclusión que la felicidad también guarda relación con el control sobre el entorno y la percepción de uno mismo. Así, un mayor capital es sinónimo de autoestima y seguridad, ya que contar con un colchón ante lo inesperado permite ser más valiente a la hora de tomar decisiones.
No obstante, hay estudios que aseguran que no hace falta llegar a estas cantidades para ser feliz. De hecho, alcanzar unos umbrales tan altos sería incluso contraproducente, dado que supondría un repunte de las aspiraciones, haciendo realidad el clásico «cuanto más tienes, más quieres». El análisis de Eugenio Proto, del Centre for Competitive Advantage in the Global Economy de la Universidad de Warwick, en Reino Unido, y Aldo Rustichini, de la Universidad de Minnesota, en Estados Unidos fija el límite económico para ser feliz en 36.000 dólares (unos 26.500 euros) del PIB. Al sobrepasarlo, comienzan a surgir necesidades superfluas que, al no materializarse, devienen en disgusto y depresión. Se cumpliría así la conocida como paradoja de Easterlin, que pone en entredicho que la relación entre el nivel de ingresos y el nivel de felicidad sea directamente proporcional.
¿Es el tiempo la clave para ser feliz?
Otras aproximaciones a la cuestión de si el bienestar se incrementa gracias a un mayor nivel de ingresos contraponen ambas variables a uno de los bienes más preciados del ser humano: el tiempo. Para muchas personas, disponer de tiempo libre es mucho más importante que tener más dinero. De hecho, no son pocos los que renuncian a ganar más por disfrutar de más horas con la familia y los amigos. Sin embargo, esta afirmación podría tener truco. Solo tenemos que pensar que tener más dinero nos puede servir para comprar ese tiempo que tanto ansiamos, por ejemplo, para que alguien se ocupe de las tareas domésticas o podamos invertir en tecnología que nos haga la vida más fácil. Esta fue una de las principales teorías a las llegó un estudio conjunto de las universidades de Harvard y Columbia liderado por Ashley Whillans. De hecho, una mayor disposición de tiempo resultaba más satisfacciones que el acopio de bienes materiales.
Esté donde esté la frontera monetaria de la felicidad, es inevitable que busquemos en la libertad financiera la respuesta al sentido de la vida. Aunque hay afortunados que han sido capaces de llegar a lo más alto de las necesidades humanas jerarquizadas por la pirámide de Maslow (fisiológicas, seguridad, afiliación, reconocimiento y autorrealización) sin ser ricos, la mayoría es consciente de que tener unas finanzas que permitan vivir de forma holgada y sin demasiadas estrecheces es algo básico. Por eso, el ser humano tiene tendencia a ahorrar, y es ese ahorro el que debemos poner a trabajar para que día de mañana ganemos en tranquilidad. El crowdfunding inmobiliario es una de las alternativas de inversión de las que podemos aprovecharnos, ya que proporciona ingresos pasivos, tiene un riesgo controlado e introduce en nuestra cartera un activo descorrelacionado, ideal para diversificar y dar equilibrio.