Para alcanzar nuestros objetivos financieros se nos repite constantemente que tenemos que cambiar el modo en el que gastamos. En las economías personales en las que el ahorro aún no se ha establecido como un hábito, el modelo que se sigue respecto a lo que se resta a los ingresos suele estar dominado por un gasto irresponsable e despreocupado. No meditar a dónde va ese dinero que tanto nos cuesta ganar, socava nuestra capacidad para conseguir esa ansiada libertad financiera con la que soñamos. Aunque despertar nuestra conciencia no es una tarea sencilla, debemos realizar un ejercicio de reflexión para conocernos y poner el foco en lo que realmente nos ayudará a conseguir nuestras metas. De lo contrario, estaremos retrasando el paso hacia la inversión cada vez más, llevando un estilo e vida insostenible a largo plazo y fomentando un estado de frustración que podría tener consecuencias poco deseables. Para tomar las decisiones adecuadas, tenemos que practicar el consumo consciente.
¿Qué es el consumo consciente?
El consumo consciente es, ante todo, una de las herramienta más útiles para vivir de acuerdo a lo que nos hace felices y, al mismo tiempo, labrar un futuro financiero sin estrecheces. Muchos consideran que ahorrar y gastar no son actividades compatibles, pero nada más lejos de la realidad. El secreto es ajustar ese gasto a unos parámetros previamente definidos y no hacerlo a lo loco, sin pensar. La clave está en tener claro qué es lo que más satisfacción nos reporta para darle preferencia a esos gastos. La idea es identificar qué es lo que da sentido a tu vida y centrar todos tus esfuerzos en ese objetivo, y hacerlo sin remordimientos. Al mismo tiempo, debemos dejar en un segundo plano todo aquello que no contribuya a tus verdaderas pasiones, reduciéndolo o eliminándolo completamente de la ecuación.
Imaginemos que viajar es lo que realmente te define. Nada te impide gastar cada año una suma importante en conocer lugares exóticos, meterte de lleno en otras culturas o disfrutar de la gastronomía de otros países. Sin embargo, tener un coche nuevo o vestir a la moda no son aspectos que te importen lo más mínimo. El transporte público se adapta perfectamente a tus necesidades de movilidad del día a día, al tiempo que comprar ropa de segunda mano en mercadillos o en páginas webs es perfecto para ti. De este modo, lo que ahorras con lo secundario, te sirve para cumplir con las expectativas aquello que verdaderamente tiene prioridad para ti. El mismo ejemplo lo podríamos trasladar por ejemplo a un aficionado al cine, que no puede pasar sin perderse ningún estreno, y que puede hacerlo porque, por ejemplo, paga menos por su alquiler porque vive en la periferia en vez de en centro o gasta menos en productos frescos porque tiene su propia huerta.
3 claves para practicar el consumo consciente
Alinear tus gastos con tus intereses
Tu bienestar personal no admite discusiones, pero para promoverlo primero tienes que sentarte delante de tus finanzas y configurar un presupuesto equilibrado. Pongamos que eres un apasionado de las antigüedades. A lo mejor hay meses que adquieres más piezas de la cuenta y llegar a final de mes se te hace cuesta arriba. Esto te hace sentir culpable y te arrepientes, llegando a pensar que debes abandonar una afición que llevas muchos años cultivando. Quizás después de esto estés dos meses sin comprar nada y hasta lo pases mal. De lo que se trata es de no renunciar a aquello que forme parte de ti, pero encajarlo dentro de tu balance financiero con el fin de tener lo que quieres sin descuidar el pago de otros gastos esenciales y el ahorro. Volviendo a las antigüedades, ponte un límite mensual, y si se te antoja algo que está por encima del mismo, ahórralo para comprarlo al mes siguiente.
Consumir menos para ser más feliz
El consumo consciente exige un ejercicio de contención que invita a darle la vuelta a la relación que tenemos con el dinero, rediseñando un presupuesto que por fin acabe con gastos superfluos que no nos aportan nada. Tenemos que declarar la guerra al derroche. Con el tiempo nos daremos cuenta de que podemos vivir perfectamente sin recursos materiales hacia los que antes teníamos un apego injustificado. Si no eres un fanático de la tecnología, ¿de verdad necesitas hacerte con un móvil nuevo cada año? ¿Vas a sacarle partido a las nuevas funcionalidades de una versión superior? A lo mejor te merece más la pena cuidar más el que tienes, repararlo en caso de que te esté dando problemas o comprar un reacondicionado.
Buscar fórmulas para disfrutar sin gastar
Aun habiendo desterrado los gastos hormiga de tu vida diaria, hay otros expendios que son difíciles de dejar atrás porque son obligatorios: los suministros, el transporte, el alquiler o la hipoteca, la cesta de la compra… En cualquier caso, existen métodos para suavizarlos, desde buscar tarifas de electricidad o de telefonía en compañías que te den lo mismo por menos hasta compartir coche o practicar el house hacking. ¿Has pensado si también es posible reenfocar lo que gastas en aquello que te completa? Si eres un fanático de la lectura, a lo mejor puedes empezar a gastar menos en libros nuevos y adquirirlos de segunda mano o tomarlos en préstamo de la biblioteca. Si eres un viajero empedernido, ahorra en alojamiento apuntándote al house sitting o volando en temporada baja. En cuanto al coleccionismo, prueba a intercambiar artículos que ya no te gusten por otros que sí. Y así con multitud de ejemplos.
¿Por qué el consumo consciente es clave para la inversión?
Cuando reorientamos nuestras finanzas hacia unos objetivos mejor definidos, el ahorro no se hará esperar. La fórmula del 50/20/30 toma más relevancia que nunca. Con nuestros gastos fijos (50%) y nuestros gastos variables (30%) cubiertos, el ahorro (20%) comenzará a pedirnos que le dejemos trabajar por nosotros una vez hayamos creado un fondo de emergencia. Es en esta fase en la que entra en juego la inversión. Siendo fieles a un calendario de aportaciones periódicas, ese dinero que guardamos generará rendimientos en vez de permanecer improductivo. El objetivo no es otro que llevar una vida plena sin perder de vista la obtención de unos fondos a los que recurrir cuando dejemos de trabajar.